COMO NO VOLVER A RESFRIARSE NUNCA

Todos los años se pierden millones y millones de horas de trabajo debido a los resfríos padecidos por la población. Pueden durar unos pocos días o varias semanas, pero siempre causan grandes dosis de su­frimiento y molestias a los pacientes.
Los resfríos han llegado a convertirse en algo tan normal, que algunas personas, incluyendo médicos, llegaron a aceptarlos como irremediables. Un res­friado significa un bloqueo de la nariz, la garganta y, en parte, de los tubos bronquiales, una mucosi-dad abundante, y quizá dolores de garganta y algo de fiebre; pero, en cualquier caso, la persona res­friada estará siempre en inferioridad de condicio­nes. Un resfriado le arrebata a uno el vigor, le deja agotado e incapacitado para disfrutar plenamente de la vida.
En los periódicos, revistas y suplementos domini­cales aparecen constantemente anuncios que ofre­cen inmunidad o un alivio inmediato a los resfríos mediante el empleo de alguna nueva combinación química. Pero si cualquiera de esas medicinas ma­ravillosas, tan frecuentemente anunciadas, cum­pliese lo que promete, ¿cómo es que los resfriados y todas las enfermedades respiratorias parecidas no se han extinguido ya completamente de la faz de la Tierra? ¿O es que los anunciantes desean hacernos creer que existe algún valle en los Andes o en las Montañas Rocosas donde un incontable número de gérmenes del resfriado aguardan para reemplazar a sus camaradas caldos?
Algunas de las personas que lean este blog pueden hacerlo impulsados por la desesperación, agotados por resfriados regulares y continuos, totalmente des­ilusionados por los supuestos milagros farmacéuticos adquiridos a elevados precios sólo para darse cuenta de que la mayoría de ellos no sirven de nada.
Yo no he estado acatarrado en los últimos veinte años, y deseo compartir contigo parte de los valiosos conocimientos por mí adquiridos, pues estoy seguro de que podrán ayudarte como me han ayudado a mí.
No tienes por qué coger un resfriado por haberte mojado durante una tormenta, porque te haya ne­vado encima o por haberte caído en un río, viéndo­te luego obligado a dar un largo paseo para llegar a casa. Si estás sano, incidencias como ésa pueden contrarrestarse mediante una bebida y un baño ca­lientes, seguidos de frotarse a fondo con una toalla.
La regla número uno es no creer que, por haberte pillado una tormenta o algún fenómeno parecido, vas a coger inmediatamente un resfriado. El temor mental a acatarrarse crea una tensión física que pro­voca cambios químicos en la composición de la sangre, todo lo cual favorece la materialización del tan temido resfriado. A lo largo de nuestra infancia habremos oído muchísimas veces que no debemos salir cuando está lloviendo, una especie de supers­tición de los habitantes de las ciudades que con toda seguridad tuvo su origen en la era de la Revolución Industrial, cuando los sanos habitantes del campo se vieron obligados por las condiciones económicas a abandonar sus tierras y a establecerse en las insa­nas ciudades, lejos de las hierbas medicinales y de la vida natural y al aire libre. La literatura inglesa an­terior a dicha era contenía muy pocas referencias a catarros y resfriados. Ciertamente, antes de la Revo­lución Industrial la gente parece haber ingerido una mayor proporción de proteínas, fruta, verduras y hortalizas, y una menor proporción de hidratos de carbono. También tomaban infusiones de hierbas mucho más vigorizantes y antisépticas que los tés comunes indios o chinos.
La actual tendencia entre los profesionales de la Medicina de hoy día es clasificar en lugar de expli­car. Si Fulano de Tal padece un resfriado y su mujer otro con síntomas menos acentuados, la ciencia mé­dica los clasificará como dos enfermedades distintas, lo que preocupa innecesariamente tanto a Fulano de Tal como a su esposa, y no explica en absoluto cómo y por qué padecen un resfriado, ni por qué difieren los síntomas de ambos, estando claro que la forma de curarlo no consiste en bautizarlo con uno u otro nombre más o menos bonito.
El objetivo perseguido por este blog es explicar a los lectores, en un lenguaje sencillo, qué es lo que va mal cuando se coge un resfriado, cómo evitarlo y cómo corregir los posibles errores cometidos.
Dado que los resfríos afectan al aparato respira­torio, esta obra explica qué pasa con el aire que res­piras, cómo afecta a todo tu organismo y qué es lo que puede hacer ese aire por ti.
Luego se da una explicación que demuestra cómo el estado de tu estómago e intestinos puede crear condiciones favorables a la entrada y asentamiento de los virus del resfriado y de otros gérmenes, que comienzan a alimentarse a costa tuya. Se dan algu­nos sencillos consejos dietéticos, así como una lista detallada que, en términos muy sencillos, estudia los catarros, los resfríos, y todas las enfermedades respiratorias más comunes, incluyendo el asma, la tos ferina, la bronquitis, los enfisemas, e incluso la tuberculosis. Por supuesto, siempre que exista o se sospeche la presencia de cualquier enfermedad mínimamente grave, se aconseja al lector que con­sulte inmediatamente a un médico; pero como, por otro lado, algunos lectores pueden vivir en zonas apartadas en las que no resulta posible una asisten­cia inmediata, se incluyen valiosos consejos sobre el uso de hierbas medicinales, incluso para enferme­dades graves. En nuestra época, en la que una explosión atómica puede destruir todos nuestros hos­pitales y suministros farmacéuticos, no está de más saber qué hacían nuestros antepasados cuando no existía nada de eso.
Las listas de hierbas que aparecen en la sección dedicada al tema de las enfermedades te enseñan cómo prepararlas, cuáles son las dosis recomenda­das, etc. Otra importante sección de este blog in­cluye los nombres científicos correctos de todas las hierbas mencionadas, lo que te ayudará a identifi­carlas con exactitud cuando las busques con ayuda de algún blog sobre botánica, o quizá cuando las compres o encargues a algún herbolario.
En su interesante obra The Amazon Headhun-ters, Lewis Cotlow revela cómo el misterioso y ma­ligno veneno conocido por el nombre de curare puede ser ingerido por una persona sana sin sufrir el menor daño (sólo es tóxico cuando se inyecta en la corriente sanguínea). ¡Ah!, dirá el lector, pero nosotros no tomamos venenos. Pues bien, tampoco estoy muy seguro de eso, debido a la preponderan­cia de alimentos artificialmente preparados que contienen productos químicos próximos a la frontera de la toxicidad, y que ha llegado a ser ver­daderamente alarmante. Se ha calculado que un individuo medio absorbe a la semana más de dos mil dosis de aditivos químicos. Por supuesto, no se trata de la dosis infinitesimal real contenida por cada galleta, trozo de carne, etc., sino del efecto de todos esos productos químicos acumulándose, in fluyendo unos sobre otros semana tras semana, sobre todo si tenemos en cuenta que muchos de ellos no pueden ser eliminados por el organismo de forma natural. ¿Cómo puede funcionar adecuada­mente el hígado si se ve sobrecargado de porquerías químicas artificiales, producidas por el hombre? ¿Cómo pueden los ríñones purificar un cuerpo cuando sus dispositivos de filtrado están atascados, exactamente igual que el carburador de un coche cubierto de suciedad? Pocas personas tratan a sus coches con la misma despreocupación con que abu­san de sus propios cuerpos. Pues bien, los consejos dietéticos contenidos en esta obra te servirán de ayuda y te demostrarán cómo los resfríos pueden prevenirse en gran medida evitando los alimentos artificialmente elaborados y «refinados» química­mente.
Muchas personas hacen muy poco ejercicio para su propio bienestar físico. El paseo hasta el autobús o el lugar de trabajo no deben considerarse como ejercicio. Si no te consideras suficientemente en forma, no te lances a un frenesí de actividades atlé-ticas; en lugar de ello, realiza algunos ejercicios sen­cillos para recuperar la buena forma física, dirígete a una buena librería, explícale al librero lo que estás buscando y éste te ayudará de buena gana a encon­trar el blog adecuado, pues ése es su trabajo. No obstante, deseo formular una pequeña advertencia: no te concentres únicamente en ejercicios para adel­gazar, pues la moda de adelgazar a toda costa es completamente nefasta; tu aspecto será óptimo cuando te encuentres sano y en forma; alcanza la cota máxima del 100 por 100 de salud y tu cuerpo ofrecerá un aspecto maravilloso: no te dejes arras­trar bajo ningún concepto al consumo de pildoras químicas destinadas a mejorar tu figura, pues esa clase de pildoras debilitarán tu constitución, convir­tiéndote inmediatamente en fácil presa de los resfríos y otras muchas dolencias parecidas. El fumar elimina aproximadamente 25 miligramos de vita­mina C por cada cigarrillo consumido, y la carencia de vitamina C es uno de los factores que más favo­rece la rápida aparición de resfriados. Muchos tran­quilizantes, pildoras reconstituyentes y medica­mentos euforizantes consumen tus valiosas reservas de vitaminas a tasas diez veces superiores a las del propio tabaco; por tanto, muéstrate sumamente precavido en cuanto a su uso.
Pero éste es un blog activo, un blog que te ense­ña a tomar la iniciativa en tus propias manos, y te explica cómo curarte, conservar la salud y perma­necer al margen de las trampas que continuamente nos tienden las poderosas industrias farmacéuticas, interesadas fundamentalmente en ganar dinero. Me llevó muchos años recopilar y ordenar esta infor­mación, pero mereció la pena, pues me ha permiti­do ofrecer a la gente el mayor bien de todos: la forma de recuperar y mantener la salud. Un sabio de otros tiempos dijo en cierta ocasión que la Salud es la ri­queza que más ansian los ricos; pues, evidentemente, sin ella todos somos pobres. El precio de este blog es mucho más bajo que el de muchas botellitas de pildoras «milagrosas»; pero, con él en las manos, y si aprendes a estudiar tu propio cuerpo individual, tus propias necesidades, así como a fortalecer y me­jorar tu salud, no volverás a resfriarte nunca.

QUE HACES CON EL AIRE LIMPIO

La respiración es sinónimo de la propia vida, nuestra primera experiencia corporal es una profun­da inhalación; cuando una persona deja de respirar, muere. Es, por tanto, una verdadera vergüenza que, cuando introducen una amplia bocanada de aire en sus pulmones, la mayoría de la gente desconozca qué pasa luego con ese aire.
Para conseguir nuestro fin de no volver a resfriar­nos nunca, debemos comprender con toda exacti­tud qué ocurre cuando inhalamos aire y exhalamos anhídrido carbónico.
La carencia de suministros adecuados del vital oxígeno en los tejidos del cuerpo, y especialmente en el cerebro, puede tener trágicas consecuencias. Lo que comienza como un simple resfrío puede ter­minar convirtiéndose en una enfermedad mortal. Conozco a muchas personas que le dedican más tiempo a limpiar sus tuberías de calefacción y a pre­ocuparse de que funcionen eficientemente del que jamás le hayan dedicado a las «tuberías», mucho más valiosas, del sistema de ventilación y calefac­ción del propio organismo.
La respiración correcta y sana es intercostal-dia-fragmática, y está controlada por los músculos ab­dominales transversales; no debe efectuarse nunca contrayendo los hombros; si estás acostumbrado a respirar mal, lo más probable será que te resfríes frecuentemente y que te resulte muy difícil librarte de la enfermedad. La acción intercostal significa que las costillas se expanden mientras inhalas, y la diafragmática que también se mueve el diafragma; cuando inhalas, el diafragma desciende por su centro y se expansiona en los extremos (coloca una mano sobre la parte central del espacio comprendido entre los extremos inferiores de las costillas y podrás comprobar que así ocurre realmente); los abdomi­nales transversales son los músculos que cruzan sobre el estómago, y si apoyas suavemente las manos contra ambos lados del estómago, con los dedos apuntando en dirección al ombligo, podrás sentir también cómo se mueven. Cuando respiras de ma­nera profunda y efectiva, puedes no sólo sentir el movimiento de los músculos, sino también experi­mentar luego cómo una sensación de bienestar se extiende por todo tu cuerpo.
Cuando era niño, mi prudente y cariñosa madre me enseñó a respirar correctamente. Una de las pri­meras cosas que aprendí fue a expulsar el aire con fuerza, pues sólo cuando exhalas intensamente dejas suficiente espacio en los pulmones como para que penetre en ellos una bocanada realmente profunda de aire sano y fresco.
Cuando respiras, todo el volumen de la caja torá­cica aumenta en todas direcciones; pero si tu cuerpo registra alguna tensión particular que contribuye a poner los músculos rígidos (como cuando estás aca­rreando una carga pesada), la capacidad de tu cuerpo para introducir unos suministros adecuados de aire se verá limitada, lo que dificultará la realización por parte del diafragma de su acción de fuelle que pone en marcha el movimiento de los pulmones.
Sigamos ahora el recorrido de una respiración en un ciclo completo de trabajo en el organismo. Cuando respiras profundamente, el aire penetra por los orificios nasales, la puerta delantera de la nariz, y antes de que salga por la puerta trasera se habrá visto purificado, humedecido y calentado en déci­mas de segundo. Debemos intentar mantener la nariz húmeda todo el tiempo, pues, si se reseca, las impurezas del aire pueden penetrar en el cuerpo mucho más profundamente de lo que es convenien­te para la salud.
Por supuesto, no te suenes nunca violentamente, ya que contribuye a perturbar los mecanismos de la nariz; una forma correcta de limpiarla consiste en coger un trocito de papel suave, mojarlo ligeramen­te sólo con agua y frotar suavemente con él las pa­redes interiores de las fosas nasales. No te arranques nunca los pelos de la nariz, pues sirven para protegerte de las impurezas de mayor tamaño y también para reducir la frialdad del aire.
El aire sale de la nariz y desciende inmediata­mente por la faringe, que es una cavidad en forma de tubo hecha de músculos y membranas, situada al fondo de la boca; la faringe tiene tres salidas: una es a la propia boca, otra al esófago (el conducto di­gestivo por el que pasan los alimentos y bebidas), y la tercera es la traquea; es decir, el conducto por el que pasa el aire.
Inmediatamente debajo de la faringe (que puede verse de vez en cuando aquejada de faringitis) se encuentra la laringe (en donde podemos experi­mentar una enfermedad más grave y arraigada, lla­mada laringitis); a la abertura entre ambas se la de­nomina glotis, sobre ía que se encuentra extendido un trozo de cartílago, que actúa en parte como la tapa de una cacerola, y que se llama epiglotis. Cuan­do hablas o respiras está abierto; pero cuando estás comiendo o bebiendo, la epiglotis se encuentra (o debería encontrarse) cerrada, para impedir que pe­netren en tus pulmones sustancias extrañas. En cierta ocasión, acababa de tomarme una cucharada de miel, cuando un shock repentino me hizo inten­tar respirar; el resultado fue inmediato y terrible, parte de la miel se deslizó por la traquea y comencé a ahogarme, pues me resultaba imposible conseguir que el aire llegase hasta mis pulmones. Afortuna­damente, me di cuenta de lo que había ocurrido, me incliné mucho, apoyando la cabeza contra el suelo y, con todas mis fuerzas, exhalé lo más inten­samente que pude; tuve suerte de que funcionara. Todas las células de la tráquea tienden a expulsar cualquier impureza o cuerpo extraño en dirección a la boca, y, tanto arquitectónica y química como me­cánicamente, todas las partes de tu cuerpo están ideadas para ayudarte a permanecer con vida. La laringe es el órgano de la voz, el anillo superior del cartílago tiroides, en el que tienen su asiento las cuerdas vocales. Los cambios en la forma y grado de desarrollo de este cartílago son los culpables de los «gallos» de la voz de un adolescente que se está ha­ciendo hombre. A la forma externa de este órgano se la denomina «nuez», conocida también por el nombre, más poético, de «bocado de Adán».
Durante la respiración silenciosa, el aire pasa a través de las cuerdas vocales sin ninguna dificultad, pues la glotis se halla completamente abierta. No obstante, cuando se habla, canta, etc., sólo queda para el paso del aire una estrecha hendidura, ya que las cuerdas vocales se encuentran distendidas para producir distintas variedades de sonido. Una de las dificultades experimentadas por las personas que están aprendiendo a nadar consiste en que, debido a la tensión nerviosa, contraen la garganta o inten­tan hablar, reduciendo así la cantidad de aire que reciben. Un simple vistazo a un campeón de nata­ción bastará para mostrarte hasta qué punto respira relajadamente.
La tráquea tiene unos once centímetros de longitud, y en el extremo inferior de la misma el aire inhalado se divide para penetrar en los dos bron­quios, que, al igual que la tráquea, se encuentran interiormente recubiertos por una membrana mucosa extremadamente eficiente, cuya superficie interna consiste en columnas de células ciliares que poseen un movimiento natural y continuo consis­tente en rápidas vibraciones, empujando así todos los desechos, materias muertas y cuerpos extraños hacia la boca, de la que se pueden luego expulsar. Tu cuerpo está dotado de un maravilloso mecanis­mo interno de defensa; y, como puedes comprobar, coger un resfriado resulta mucho más difícil de lo que la mayoría de la gente cree; aunque, induda­blemente, algunas personas se esfuerzan inadverti­damente por lograrlo mucho más que otras.
El bronquio derecho tiene una forma mucho más recta, ancha y corta que el izquierdo; se divide en tres ramificaciones principales, una para cada uno de los tres lóbulos del pulmón derecho. El bronquio izquierdo es de menor tamaño, pero dos veces más largo que el derecho; se divide en dos ramificacio­nes, pues el pulmón izquierdo posee únicamente dos lóbulos (el corazón ocupa parte del espacio que correspondería al tercero).
De ahí en adelante aparece subdivisión tras sub­división, y cuanto más numerosos, menores y más delgados van siendo los tubos, menor será su carác­ter cartilaginoso y mayor su grado de fragilidad. En este momento, el aire inhalado ha llegado ya a los pulmones. Cuando nacemos, su color es rosado; pero, sobre todo entre los que vivimos en las ciuda­des, estos órganos vitales para la existencia tienden a irse volviendo grises con el paso de los años, o a decolorarse a causa de los gases industriales. Para los que no tengan acceso a fotografías médicas, una simple visita al Home Office Museum de Londres les permitirá contemplar reproducciones de pulmo­nes sometidos a lo largo de muchos años a los gases e impurezas industriales (los de un trabajador de una factoría química tenían incluso incrustaciones de sustancias azuladas).
En el extremo de la mayoría de esos diminutos tubos se encuentran alvéolos; es decir, vasos sanguí­neos y tejido elástico que se distiende con cada mo­vimiento y resulta extremadamente fino y delgado, por lo que a través de ellos pueden producirse la mayoría de los intercambios químicos. Dicho muy resumidamente, actúan como una válvula, permi­tiendo el tráfico en un solo sentido.
Es lógico que, en invierno, cuando el frío es in­tenso, las personas que estén descansando o dedi­cándose a alguna ocupación de carácter sedentario busquen sistemas de calor artificial accesibles para ellos (y para sus bolsillos); pero esto comporta un peligro que nuestros antepasados no llegaron a ex­perimentar en la misma medida; sus casas solían ser pródigas en corrientes de aire, y cualquiera míni­mamente intensa penetraba en todos los rincones de sus aposentos, salvo en los más cálidos y protegídos; pero esto también significaba que disponían en todo momento de bastante oxígeno fresco. Sin embargo, nuestras casas y apartamentos se hallan muchas veces tan protegidos contra las corrientes de aire, que respiramos continuamente un aire calien­te y seco, un aire que penetra en nuestro sistema respiratorio, contribuyendo a resecarlo y a hacer que funcione menos eficientemente; luego podemos salir de inmediato a la calle en medio de una tor­menta, de la lluvia, la nieve o una espesa niebla, todas ellas condiciones húmedas y frías; nuestra nariz, garganta y bronquios carecen de tiempo su­ficiente para adaptarse a esas nuevas circunstan­cias... y, de repente, nos damos cuenta de que hemos cogido un resfriado. Si pasamos de un medio cálido a otro extremadamente frío, se producirá una estimulación inmediata de la red nerviosa de nuestro sistema respiratorio, de forma que el metabolismo del cuerpo comenzará a generar calor para contra­rrestar los efectos de la atmósfera fría en la que el cuerpo se ha adentrado; este cambio en el metabo­lismo provoca un incremento de anhídrido carbó­nico, lo que obliga al cuerpo a respirar profunda­mente y, si el aire recién inhalado no ha sido ade­cuadamente templado, humedecido y purificado (funciones que unas fosas nasales resecas no podrán realizar correctamente), las bocanadas de aire im­puro descenderán por la garganta hasta llegar a los tubos bronquiales y los pulmones.

MUCHOS RESFRIADOS SON LA CONSECUENCIA DE LA PERDIDA DE CALOR DEL CUERPO

Los pulmones reciben una sangre desoxigenada a través de las arterias pulmonares, que se subdividen para llegar a los más diminutos vasos sanguíneos de las paredes de los alveolos. El aire puro penetra hasta el fondo de los alveolos y, al mismo tiempo, la pre­sión ejercida empuja al anhídrido carbónico a través de las paredes de los mismos (el aire fluye en un sentido a través de la válvula, y el anhídrido carbó­nico en el otro); de este modo, la sangre obtiene oxígeno y se libra del venenoso gas CO2 tan pronto como exhala el aire en cuestión. Esto explica por qué algunas personas encerradas en una habitación con el CO2 exhalado por ellas mismas pueden llegar a morir asfixiadas a menos que se permita la entrada de aire fresco.
Normalmente, el aire que respiramos consta de los siguientes elementos: oxígeno, 20,56 por 100; nitrógeno, 79,40 por 100; anhídrido carbónico, 0,04 por 100; mientras que el que exhalamos tiene aproximadamente la composición siguiente: oxíge­no, 16,50 por 100; nitrógeno, 79,40 por 100; anhí­drido carbónico, 4,10 por 100. Unas cantidades re­ducidas de anhídrido carbónico son absolutamente imprescindibles para estimular el centro de la me-dulla oblongata del cerebro que controla la respiración; pero un exceso del mismo lo estimulará exce­sivamente y provocará un colapso. El ejercicio in­tenso y los esfuerzos musculares producen una can­tidad cada vez mayor de CO2 en la sangre y la nece­sidad urgente de más y más oxígeno, por lo que, si no respiramos con intensidad, no podremos obtener la cantidad de oxígeno que necesitamos para el es­fuerzo que estamos realizando. Mi padre siempre me enseñó que necesitamos más reposo en invierno que en verano; pero, salvo los osos, casi nadie lo hace, lo que significa que es mucho más probable que nos agotemos en invierno que en verano. Y ahora otra explicación de por qué la mayoría de la gente se resfría en invierno y no en verano. En con­diciones de cansancio físico (provocadas por el exce­so de ejercicio) somos más susceptibles de experi­mentar estados de stress mental y nos encontramos menos preparados para hacer frente a los problemas económicos o emocionales; y como el funciona­miento del cerebro consume grandes cantidades de oxígeno, podemos ir provocando en nuestra corrien­te sanguínea una falta de oxígeno y un exceso de anhídrido carbónico.
Existen, pues, muchas razones y causas para los resfriados en nuestra forma de respirar. Aun cuando exhalemos el aire con todas nuestras fuerzas, en nuestros pulmones siempre queda un resto para permitirnos seguir adelante hasta la llegada de una nueva inhalación. Este resto se denomina Aire resi­dual y equivale a aproximadamente unos mil centímetros cúbicos; la mayoría de la gente expulsa alre­dedor de mil quinientos centímetros cúbicos cuando exhala intensamente. El aire que inhalamos y exha­lamos se denomina Aire periódico, pues entra y sale periódicamente, como una marea; el individuo medio inhala unos 500 centímetros cúbicos en cada respiración ordinaria; pero mediante una inhala­ción profunda y controlada, se puede introducir en los pulmones hasta 1.500 centímetros cúbicos. El individuo medio respira unos seis litros de aire (6.000 centímetros cúbicos) por minuto. Pero sólo un ejer­cicio físico adecuado permitirá renovar regularmen­te el aire residual de los pulmones; y, si no se renue­va regularmente y a fondo, se facilitará el desarrollo de enfermedades y estados infecciosos.
Resulta innegable que las carreras y la práctica del atletismo son de la mayor importancia para todos los jóvenes, y que deportes tales como la natación resultan esenciales para los ciudadanos más madu­ros como ejercicio seguro y saludable. A los asmáti­cos se les recomienda frecuentemente nadar, y muchos de ellos han encontrado en dicha actividad alivio y mejoría.
Si, al respirar, se eleva únicamente los hombros, sin el correspondiente movimiento del diafragma y los músculos abdominales, es que no se está hacien­do correctamente; debe considerarse casi invariable­mente como una señal dé malos hábitos respira­torios.
Pero por deficientes e incorrectos que sean tus hábitos respiratorios, siempre podrás modificarlos y mejorarlos en beneficio de tu propia salud y para evitar resfriarte.
Las personas que han permanecido largo rato en una atmósfera viciada expectorarán y toserán mucho cuando pasen a otra más pura y limpia; pero no deben preocuparse por ello, pues se trata simple­mente de la señal de que su cuerpo está efectuando su habitual tarea de limpieza y purificación.

Para apuntar en tu agenda:

1. El ejercicio activo contribuirá a mantenerte en forma.
2. Si utilizas algún medio de calefacción durante el invierno, intenta mantener el aire calentado ligeramente húmedo.

EL OXIGENO, EL MEJOR AMIGO DE TU ORGANISMO

El oxígeno es una sustancia única, que provoca algunas reacciones extrañas y sumamente útiles en el cuerpo humano. Cuanto menor sea la presión, menor será la velocidad a la que lo consumirán las células, lo que contribuye a explicar por qué los pulmones están divididos en pequeños alveolos; pues eso asegura que, reduciendo la velocidad de absorción, el organismo hace el uso más completo posible del oxígeno absorbido.
La adrenalina relaja los bronquíolos, fortalecien­do así al cuerpo y dotándolo de mayor eficiencia para hacer frente a situaciones de emergencia o con­flicto; pero el cuerpo produce también a veces una sustancia denominada histamina, que provoca una contracción de los tubos bronquiales y dificulta la absorción correcta del oxígeno en enfermedades tales como el asma o determinados tipos de alergia. La producción de histamina se debe fundamental­mente a procesos mentales (conflictos sin resolver, fobias y otros problemas mentales), y resulta, por tanto, poco sensato pretender contrarrestar total o permanentemente la acción de la histamina toman­do medicamentos antihistamínicos. En esos casos se debería consultar con un especialista y, en casos extremos, recurrir a la hipnoterapia, que es el mé­todo que dará más rápidos resultados. Uno de los efectos colaterales de la dificultad para inhalar con­siste en la dificultad para exhalar, por lo que el or­ganismo tiende a verse sobrecargado de anhídrido carbónico precisamente en los momentos en que más perjudicial le resulta.
El cerebro humano consume aproximadamente seis veces la cantidad de oxígeno necesaria para cual­quier otra parte del cuerpo (salvo los pulmones); una carencia de oxígeno o una atmósfera viciada (principalmente a causa de la calefacción central en invierno) lleva a unas respuestas menos eficientes del sistema nervioso; el cerebro humano que se vea privado de sus suministros de oxígeno durante un período de tiempo superior a cinco minutos puede quedar dañado irreversiblemente; ya que, al final de dicho período, habrán muerto muchas de sus cé­lulas; en el plazo de una hora, el cerebro absorbe más cantidad de oxígeno que su propio peso físico. El azúcar refinado se apodera también del oxígeno, por lo que debe evitarse cuando se padezca un res­friado o alguna infección respiratoria.
Si el oxígeno escasea o es de mala calidad, el azú­car de la sangre formará ácido láctico a un ritmo superior al que se puede «quemar» (o metabolizar), depositándose lentamente como las incrustaciones de las calderas. Las sobredosis de vitamina E tienden a atenuar los efectos del proceso de «combustión» del oxígeno en el cuerpo. Las sustancias que enume­ro a continuación son ricas en oxígeno: rábano, ce­bolla, perejil, menta, patatas, ruibarbo y tomates, así como el aire limpio y fresco.
Siempre que el organismo cuente con suficientes fosfatos, y mediante un sistema de reacción, el oxí­geno permitirá la oxidación de la glucosa, un azúcar esencial, una de las bases de la nutrición; y si esta misma glucosa no es puesta en circulación por la co­rriente sanguínea que la contiene, los tejidos del cuerpo se resentirán de desnutrición. La oxidación se produce mediante la pérdida de una molécula de hidrógeno o por la adición de una molécula de oxí­geno, viéndose posibilitada por la acción de peque­ñas enzimas del organismo fabricadas dentro de cada célula individual; uno de los peligros del con­sumo de medicamentos artificiales radica en que, muchas veces, pueden destruir no sólo el resfriado, sino también las células sanas y leales del cuerpo. Las hierbas medicinales y una dieta adecuada te ayudarán a reforzar los recursos naturales de tu propio cuerpo para que puedan realizar más efi­cientemente su trabajo.
En algunas de las distintas modalidades de ane­mia, caracterizadas por la presencia en el organismo de sustancias tóxicas, entre las que pueden figurar numerosos medicamentos a base de sulfamidas, se produce una grave escasez de oxígeno debido a unos suministros insuficientes de hemoglobina, materia que se une con el oxígeno, normalmente para formar oxihemoglobina (bajo la influencia de una presión inadecuada del aire en una respiración deficiente, se disminuye la eficiencia de la formación de oxi­hemoglobina). La oxihemoglobina puede descom­ponerse fácilmente en los tejidos en oxígeno, por un lado, y hemoglobina, por el otro, debido a la mayor presión del anhídrido carbónico que se acumula, al igual que la combinación entre este úl­timo y la hemoglobina se ve afectada por la mayor presión relativa del oxígeno en los pulmones, que provoca la separación y expulsión del CO2.
Si el suministro de oxígeno es poco eficaz o de mala calidad, se resentirá la eficiencia de toda la co­rriente sanguínea y la totalidad del organismo co­menzará a funcionar peor, lo que producirá irritabi­lidad (repercusión de la anoxia sobre el sistema ner­vioso), un comportamiento indiferente o desatento, siendo posible que todo ello se vea seguido de una creciente fatiga, insomnio y pérdida de apetito. Tales rasgos resultan fácilmente perceptibles en los casos de tuberculosis, bronquitis, neumonía...
Una de las repercusiones más beneficiosas de cualquier modalidad de ejercicio físico consiste en la elevación de la cantidad de oxígeno suministrada al cuerpo. Si, por la razón que sea, se considera in­adecuado el ejercicio vigoroso, se podrá sustituir por los suaves y profundos ejercicios respiratorios re­comendados por los profesores de yoga.
Tanto los resfríos como los restantes tipos de en­fermedades respiratorias debilitan y perjudican el funcionamiento del organismo; pues, al menos tem­poralmente, ponen trabas a la capacidad del cuerpo de extraer provecho del oxígeno; a esto se debe el que una persona que se acatarra con facilidad siga cogiendo resfriados con cada vez mayor frecuencia, a menos que trate y fortalezca de manera natural su organismo para oponer resistencia a la degeneración provocada por los continuos catarros.
Como, además de a través de los pulmones, ab­sorbemos oxígeno a través de la piel, es importante que, ni en invierno ni durante cualquier enferme­dad respiratoria, nos vistamos excesivamente; en algunas dolencias respiratorias en estado avanzado, la exposición directa a los rayos de sol puede resultar perjudicial (la tuberculosis pulmonar es un ejemplo de ellas), debiendo tomarse las correspondientes medidas precautorias; pero en la mayoría de las en­fermedades respiratorias resulta esencial y aconse­jable someter al cuerpo a un buen baño de aire. Se puede hacer desnudándose, realizando algunos ejercicios físicos ligeros y ejercicios respiratorios pro­fundos, terminando con un vigoroso secado con toalla (que equivale de hecho a una modalidad de masaje), y vistiéndose únicamente cuando el cuerpo se sienta nuevamente caliente y cómodo.
En esta obra se incluyen algunos ejercicios apro­piados, que los lectores encontrarán mental y física­mente vigorizantes.

EJERCICIOS RESPIRATORIOS DIARIOS RECOMENDADOS

1. De pie, con los pies separados, las manos apoya­das contra los muslos; eleva los brazos hacia arri­ba y hacia delante, inhalando lenta y profunda­mente hasta que los brazos estén encima de la cabeza, conten la respiración y cuenta hasta tres; luego baja los brazos mientras exhalas el aire len­tamente. Descansa y repite cinco veces la prime­ra semana, subiendo hasta diez en las siguientes.
2. De pie, con los pies juntos y las manos apoyadas contra los muslos; eleva los brazos lateralmente y hacia arriba, respirando como en el ejercicio anterior; conten la respiración, cuenta hasta tres, y luego bájalos mientras exhalas. Repite cinco veces la primera semana y sube luego a diez.
3.De pie, con los pies juntos y las manos apoyadas contra los muslos; eleva la rodilla derecha, atra­yéndola con ambos brazos hacia el pecho; inhala mientras lo haces; déjala caer de inmediato, al tiempo que exhalas el aire. Realiza luego el ejercicio con la otra pierna. Repite cinco veces con cada pierna.
4. Las manos apoyadas en las caderas, los pies sepa­rados. Inhala profundamente, metiendo el estó­mago en dirección a la columna vertebral; conten la respiración, cuenta hasta cinco, y vete relajan­do lentamente el estómago al tiempo que exha­las. Repite cinco veces.
5. Las manos apoyadas en las caderas, los pies sepa­rados. Inhala y, cuando estés listo para exhalar el aire, mete el estómago hacia dentro (como en el ejercicio anterior) y manténlo en esa posición mientras exhalas lentamente el aire. Es un ejer­cicio algo más difícil que los anteriores; pero, con la práctica, llegarás a dominarlo.
6. Las manos apoyadas en las caderas, los pies sepa­rados. Gira hacia la izquierda, balanceando todo el tronco, al tiempo que inhalas; conten la respi­ración mientras cuentas hasta cinco y luego vuelve a la posición inicial al tiempo que exhalas el aire. Repite con el otro lado del cuerpo. Efectúa varias repeticiones.
7. Este ejercicio puede realizarse en la postura que prefieras. Inhala profundamente y expulsa luego el aire contando 1,2,3,4, 5, 6, etc., hasta que se acabe completamente. Si estás sano, deberías ser capaz de llegar hasta cincuenta.
8. Se trata del mismo ejercicio anterior, pero con­tando no sólo durante la exhalación, sino tam­bién durante la inhalación. Realiza los ejercicios en una atmósfera limpia y ventilada, pero no abras la ventana del todo cuando haya una espe­sa nieble o «puré de guisantes», o en medio de un denso humo industrial. Dependiendo de la temperatura, podrás efectuar los ejercicios com­pletamente desnudo, o con una vestimenta lige­ra que permita el contacto de tu piel con el aire.

COMO COGER UN RESFRIADO SIN QUERER

El resfrío común es la enfermedad más frecuen­temente encontrada en el mundo civilizado y, aun­que no siempre doloroso, resulta extremadamente incómodo, molesto y perturbador, sobre todo porque suele tratarse de una dolencia arrastrada desde hace mucho tiempo.
Una sucesión de resfriados debilita enormemente el organismo y puede contribuir a inducir toda una serie de enfermedades más graves. Desgracidamen-te, en la actualidad predomina la idea equivocada de que el resfriado es, o bien un fenómeno natural del invierno, o una enfermedad incurable. Este blog demostrará cómo ambos errores de concepción han puesto durante mucho tiempo trabas a los in­tentos de curar el mal, y animará a los lectores a re­cuperar lo más rápidamente posible un buen estado de salud.
Lo más importante es examinar el resfriado desde un punto de vista totalmente nuevo y distinto, según el cual no se trata de una enfermedad por derecho propio; esto hace que su curación por medios quí­micos resulte prácticamente imposible; los síntomas de un resfrío no son sino un intento fallido por parte del cuerpo de librarse de la enfermedad, pues los materiales tóxicos y residuos que no hayan sido to­talmente eliminados a través del sudor, la orina, la defecación o la respiración permanecerán en el or­ganismo como una fuente constante de daños y de nuevas intoxicaciones.
El primer método para expulsar del cuerpo la en­fermedad, las materias tóxicas y los productos resi­duales consiste en sudarlos a través de la piel; pero, sobre todo en invierno, el individuo medio se cubre de forma exagerada e imprudente, en un intento por conservar el calor poniéndose mucha ropa. Esto impide que la piel pueda respirar. En lugar de so-breabrigarre, intenta crear y mantener un calor in­terno mediante el ejercicio y la dieta.
Cuando la piel se ve expuesta a temperaturas extremadamente bajas, los poros se cierran y difi­cultan enormemente el proceso de la perspiración.
Ni los profesionales de la Medicina ni los de la Farmacia han logrado descubrir un remedio para el resfriado común, pues éste no es la causa básica del trastorno y la incomodidad, sino simplemente una suma de síntomas comunes a toda una serie de en­fermedades derivadas de la acumulación de produc­tos residuales y toxinas. Por supuesto, hay siempre «gérmenes» presentes, exactamente igual que, después de un accidente, suele hacer su aparición la policía, pero sin que se piense por ello que fue la policía la causante del accidente. Los intentos de curar la enfermedad exterminando los gérmenes no pueden ser nunca una panacea universalmente apli­cable, ya que existen innumerables tipos de gérme­nes, y los exterminados se ven rápidamente reem­plazados por otros nuevos.
El hecho de que las hierbas medicinales para este tipo de enfermedades hayan sobrevivido no sólo durante muchos siglos sino incluso al impacto masi­vo de los modernos medios de publicidad, me re­cuerda el antiguo proverbio que al profesor Millot-Severn tanto le gustaba citar: «Puedes hacer tu tra­bajo tan bien que, aunque vivas en medio de un bosque, el mundo trazará un camino hasta tu puerta.» Si se aplican correctamente, las hierbas medicinales lograrán un efecto contundente y rá­pido.
Todo el enfoque de las curaciones mediante el empleo de métodos dietéticos y hierbas medicinales difiere del seguido por los propagandistas de los medicamentos artificiales; nuestra idea básica es fortalecer el organismo para que pueda realizar sus propias tareas de manera eficiente y natural. Hace ya dos mil quinientos años, Hipócrates afirmaba: «El cuerpo humano posee el poder necesario para curarse a sí mismo»; y según se van incrementando nuestros conocimientos de las funciones corporales, nos vamos dando cada vez más cuenta de la gran verdad de estas palabras del «Padre de la Medici­na», verdad que, debido a la ignorancia de las ge­neraciones posteriores, se ha visto durante mucho tiempo desdeñada.
Una de las vías normalmente empleadas por el organismo para expulsar las enfermedades, los des­perdicios y toxinas es la orina. La orina se produce fundamentalmente por la acción de los ríñones, que analizan, seleccionan y clasifican los residuos de nuestros tejidos corporales. En una persona sana, la producción de orina suele ser aproximadamente doble que la de sudor; en los casos de enfermedades renales suele haber una perspiración anormalmente intensa, pues los dos métodos de excreción utilizan el agua como medio de limpiar y purificar el orga­nismo, y ambas funciones se hallan estrechamente interrelacionadas; no obstante, sería exagerado dar por sentado que toda perspiración excesiva se debe a una enfermedad renal; puede tener su origen en una ineficiencia de los ríñones de carácter puramen­te temporal. Más de un 90 por 100 de la orina es agua, mientras que aproximadamente un 5 por 100 se compone de una materia sólida denominada urea. En un día, un individuo medio produce aproxima­damente 30 gramos de urea en un contenido líqui­do de unos 1.500 gramos de orina.
Para comprender cuál es tu estado de salud y por qué estás cogiendo continuamente resfriados, de­berías saber algo acerca del análisis de orina. En un estado de salud normal, su color será amarillo pálido; pero si es extremadamente pálido, puede haber una cierta tendencia a la diabetes, por lo que con­vendría someterse a pruebas médicas; un tinte lige­ramente anaranjado suele ser la consecuencia de es­fuerzos musculares muy intensos, de un comienzo de fiebre y ocasionalmente de ictericia (lo que se vería confirmado por el color de la piel). Un amari­llo intenso y enfermizo indica la presencia de bilis en la orina, y que el hígado necesita una atención inmediata; un tinte rojizo indica la presencia de sangre, que también puede dar lugar a un color más bien marrón; la orina será de color verdoso o negruzco cuando el paciente haya estado ingiriendo determinados medicamentos artificiales, ácidos, creosota, o alguna sustancia derivada del betún, y el color desaparecerá sólo cuando el organismo haya conseguido librarse completamente de dichas sus­tancias; cuando la orina ofrece un aspecto turbio o ligeramente lechoso, puede deberse, bien a un ex­ceso de grasa, bien a pus de infecciones internas que se expulsa a través de la misma; cualquier matiz opalescente indica la existencia de diminutas bacte­rias en la orina; en algunos casos de tifus se observa en ocasiones un tinte azulado. Ahora bien, antes de que se produzca un resfriado se observará siempre un cierto cambio en el color de la orina, normal­mente la intensificación del mismo es de un amari­llo más oscuro del normal (pero todavía pálido) a un tono levemente anaranjado, que indica gran cansancio o fatiga; tales advertencias deben ser tomadas en serio, y una de nuestras primeras medidas defensivas debe consistir en un mayor reposo; la se­gunda, e igualmente importante, en seguir los con­sejos sobre dietética incluidos en esta obra. Los sedi­mentos esponjosos y levemente rosados de la orina son únicamente urea.
Otro método por el que el cuerpo se libera de los productos nocivos y venenos es la defecación. Mucha gente sólo le presta atención cuando está estreñida. Algunos lectores pueden haber oído acerca del pu­ritano del siglo XVII cuya única receta para una vida sana era «Teme a Dios y manten el vientre bien abierto», que es en parte médica y en parte psicoló­gica. Significa que si no hacemos regularmente de vientre, nuestro organismo retendrá productos resi­duales extremadamente peligrosos que no deberían dejarse nunca en él. En español, otro término para referirse a coger un resfriado es el de «constiparse» *, lo que no es accidental, sino una supervivencia lin­güística de los sabios médicos del Imperio Romano. Si padeces estreñimiento, es probable que termines cogiendo un resfriado (incluso en verano). En latín, la palabra estreñimiento significa «estar lleno, atas­cado, repleto». Ya sabemos cómo los sumideros se atascan con frecuencia y dejan de cumplir su función; eso mismo es lo que a veces le ocurre al principal desagüe del cuerpo; pero, por lo general, nos preocupamos antes de desatascar nuestros fregaderos que nuestro propio organismo.
Hablando en términos generales, y para que el cuerpo permanezca sano, deberá hacerse cómoda­mente de vientre cada veinticuatro horas; dos eva­cuaciones al día son aún mejor y algo perfectamente normal; en el caso de las personas a régimen, la eva­cuación cada cuarenta y ocho horas es asimismo normal. Las heces fecales tienen, cuando la persona fcá sana, un color levemente marrón; pero si la dieta es muy rica en hierro, el color puede ser más oscuro, sin que ello signifique que el individuo en cuestión esté enfermo; algunas verduras de hoja Bpde producen unas heces ligeramente verdosas.
En caso de que se consuman muchas grasas, o de ictericia, las heces tendrán tendencia a aparecer blanquecinas o de color café con leche; los casos de disentería o de leve diarrea pueden dar lugar a heces amarillentas, y en el primero de los casos con ocasionales manchas de sangre. La presencia de Ifpgre en las heces fecales debería vigilarse, com­probarse e investigarse concienzudamente, siendo la pregunta más importante: ¿Persiste al cabo de cuarenta y ocho horas? Hay también heces que pa­recen viscosas o pegajosas, lo que constituye una señal mucho más grave de hemorragias internas, mientras que una mancha o dos de rojo intenso pueden indicar simplemente un arañazo en el recto o quizá la existencia de hemorroides (en ese caso, toma una bebida templada con mucha canela, que es un excelente antiséptico y desinfectante interno). Si hay abundante sangre de color rojo intenso, puede deberse a la presencia de una úlcera pe­queña. Un dolor intenso mientras se defeca se debe muchas veces a la existencia de almorranas; un dolor sordo puede deberse a una carga demasiado pesada de heces fecales o a una inflamación que normalmente se curará según la salud del paciente vaya mejorando. Las heces suelen estar más bien sueltas, y cualquier dureza en las mismas indica un desequilibrio de la salud, por lo que deberán adop­tarse de inmediato medidas protectoras. Muchas veces aparece también mucosidad en las heces, lo que indica igualmente una mala salud y que debe­rían emprenderse en seguida los correspondientes procedimientos curativos.
Se debería tener siempre cuidado de lavarse bien las manos después de utilizar el retrete, bien para orinar, bien para defecar, ya que existen numerosos órganos parasitarios que viven en el ser humano y que, a menos que el lavarse sea un hábito automá­tico, pueden pasar fácilmente de un medio a otro. Una variedad de dichos órganos parasitarios es la di­sentería amebiana, que produce frecuentes defeca­ciones —pues el organismo trata desesperadamente de librarse de los parásitos—, que suelen ir acom­pañadas de sangre; el ayuno y el beber zumo de limón ayudarán mucho en estos casos. También re­sulta útil el vinagre de sidra de manzana.
No se tarda mucho tiempo en observar la orina o las heces fecales, o en tomar nota de síntomas tales como el cansancio y el sudor, todos los cuales actúan como señales de alarma para prevenirte acerca de tu estado de salud.
La exhalación es el mejor método para expulsar los gases venenosos del cuerpo, aspecto que se estu­dia en un capítulo dedicado al tema de la respira­ción. Como los resfriados son esencialmente enfer­medades del aparato respiratorio, debemos lograr una sólida comprensión de las funciones de la in­halación y la exhalación en la vida cotidiana. Y debido a que tanto los catarros como la fiebre del heno, la bronquitis —y todos los males relacionados con las mismas— afectan a nuestro aparato respira­torio, constituyen dolencias extremadamente peligrosas que debemos curar lo más rápidamente po­sible.

MEDIDAS DE EMERGENCIA

Hace sesenta años, un tío mío llevaba la vida pro­pia de un trampero solitario en las heladas soleda­des de North Saskatchewan. Me contó que, en aquella zona, los indios iban de un lado para otro con una delgada camisa de algodón desabotonada, en temperaturas de casi cero grados. Para dormir se echaban sobre la nieve con una simple manta, pero no cogieron nunca un resfriado hasta adoptar la co­mida europea. En su obra, The Law o/Larion, Peter Freuchen formula observaciones muy parecidas. Stefansson Vilhjalmar, especialista en el tema de los esquimales de Groenlandia, y Lucas Bridges, quien escribió sobre los indios ona y yaghan de Tierra del Fuego, en The Uttermost Part of the Earth, confir­man también este punto de vista. Algunas «autori­dades» médicas que desconocen o hacen caso omiso de estos hechos se muestran a favor de los medica­mentos químicos y dan con frecuencia a entender que todos nuestros antepasados morían a edad temprana de enfermedades incurables por carecer de botellitas de este o de tubos de ese otro producto químico artificial. Documentos griegos, romanos y de otras épocas demuestran que están equivocados. Yo personalmente he recorrido algunas de las áreas más «atrasadas» del mundo y he encontrado muchos pueblos primitivos más sanos que los de los países civilizados, siempre que no hayan sustituido su dieta alimentaria por la compuesta casi exclusiva­mente de hidratos de carbono del hombre occiden­tal. La mayoría de los pueblos primitivos cuentan con una dieta natural rica en proteínas y grasas y re­lativamente pobre en todos los hidratos de carbono distintos de la grasa, consumiendo además una ele­vada proporción de frutas y verduras.

SI CREES HABER COGIDO UN RESFRIADO, REDUCE TODOS LOS HIDRATOS DE CARBONO

Esta es la regla número uno. Y ahora voy a expli­carte por qué está regla de emergencia es de tan vital importancia.
Los hidratos de carbono —es decir, pan, galletas, pastas, bizcochos, azúcar, dulces, la mayoría de los alimentos a base de cereales, puddings, etc.— se secan dentro del cuerpo, estimulando la acción de la hidrólisis, por la que las moléculas de los hidratos de carbono se apoderan del agua para transformarse en los azúcares, que es la forma en que la nutrición puede ser fácilmente absorbida por los tejidos cor­porales. Los azúcares elaborados a base de los hidra­tos de carbono pueden ser monosacáridos, disacári­dos o polisacáridos. El lector que haya sufrido un resfriado invernal sabe lo que le ocurre al agua en temperaturas de cero o menos grados; lo que es per­fectamente aplicable a los conductos nasales descri­tos en el capítulo sobre la respiración. Se trata de un órgano corporal perfectamente diseñado cuya fun­ción consiste en templar el aire que entra en el cuerpo; pero que se ve afligido por una humedad excesiva, pues la abundancia de hidratos de carbono en el cuerpo atrae la formación de mucosidades lí­quidas, siendo ésta la causa de que los resfríos de nariz produzcan tan elevadas cantidades de líquido. Por si fuera poco, los conductos nasales se ven tapo­nados por un espeso fluido que retiene más fácil­mente el frío de la temperatura exterior e impide que el aire inhalado se temple como es debido.
Los dulces y caramelos son productos hechos fun­damentalmente a base de hidratos de carbono, y una de las razones de que los niños pequeños se vean cons­tantemente afligidos por epidemias de catarro, gripe y otras enfermedades respiratorias es que, a esa edad, se consumen demasiadas golosinas y carame­los y, además, a que en su mayor parte no son nunca tan saludables y puros como los sencillos y anticua­dos dulces hechos en casa con que, cuando era niño, solían obsequiarme mis abuelos.

La tendencia que predomina hoy en día es dar sabor a casi todos los alimentos añadiéndoles, o bien azúcar, o bien sal; esta abrumadora monotonía conduce a una atrofia de nuestras papilas gustati­vas, por lo que, en la mayoría de los casos, somos incapaces de, como hacían nuestros antepasados, averiguar si algo era beneficioso o perjudicial para ellos limitándose a probarlo.
Si padeces un resfriado, olvídate del azúcar y de todos los alimentos que lo contengan. Si deseas en­dulzar algo, puedes lograrlo utilizando cualquiera de los cientos de variedades de miel existentes, o también melazas —lo que te permitirá además ele­gir entre diversos matices sutiles de sabor—. Si eres capaz de pasarte a esas otras formas de endulzar las cosas y atenerte a ellas, los riesgos de coger un res­friado se verán considerablemente reducidos.
Se ha demostrado que los niños que abusan del azúcar se resfrían mucho más fácilmente que los que siguen una dieta natural o totalmente despro­vista de él.
Los ingleses son los mayores consumidores de dulces y productos azucarados de todo el mundo occidental, y por tanto los más afligidos por los res­friados tanto en invierno como en verano.
Unos amigos míos me señalaron recientemente la elevada proporción de macarrones, vermtcellt, spa-ghetti, alphbetici, taglione y otras variedades de pasta consumida por los italianos. «Sí, es verdad —fue mi respuesta—, pero no nos olvidemos del vino áspero y ligeramente ácido que suelen tomar con la comida y que contrarresta los efectos de todos los hidratos de carbono ingeridos. Se trata además de un tipo de vino que no suelen vender a los turis­tas, y que tampoco es probable que les agradara.»
Un eminente profesor italiano, experto en los temas de la historia y la cultura romanas, ha puesto de relieve que, según documentos de la antigua Roma, los soldados de las famosas legiones resulta­ban frecuentemente heridos, en ocasiones morían, pero que rara vez caían enfermos; y lo atribuye al vino áspero y ácido que tomaban con casi todas las comidas y a las elevadas cantidades de aceite puro de oliva que consumían y que también utilizaban para los masajes. Lo que se deduce de todo esto es que si, por la razón que sea, tienes que seguir una dieta rica en hidratos de carbono, deberías acom­pañar tus comidas con un vino seco y ligeramente ácido —es decir, con un vino que no sea dulce— o, en su defecto, con vinagre de sidra de manzana. Pero hay otra observación relacionada con la ante­rior: si estás resfriado, no sigas una dieta rica en leche o productos lácteos; si tomas té que sea con zumo de limón— y, dicho sea de pasada, la combi­nación de pipermín y té con limón es muy indicada para los resfriados, y además deliciosa.
En lo que se refiere al vinagre de sidra de manza­na, el blog del doctor Jarvis sobre la medicina po­pular practicada en el estado de Vermont (Estados Unidos), titulado Folk Medicine, constituye una valiosa fuente de información que recomiendo fervo­rosamente. Baste con decir que el vinagre de sidra de manzana contiene calcio, cloro, flúor, hierro, magnesio, fósforo, potasio y pequeñas cantidades de otras sales minerales esenciales. Y, por si fuera poco, tiene un sabor muy agradable.
Hablando en términos generales, todos los hidra­tos de carbono se dividen en azúcares, almidones, celulosa, etc. Los azúcares son los más sencillos de todos, y ya hemos dicho bastante acerca de ellos; de los almidones cabe señalar que constituyen la mayor parte de los hidratos de carbono y que las plantas almacenan casi todas sus reservas de alimentos en esta forma; los frutos verdes contienen grandes can­tidades de almidones, que el proceso de maduración va transformando en azúcares (por ejemplo, fruc­tosa, sucrosa, glucosa, etc.). Si nos fijamos en una patata cruda, comprobaremos que contiene granu­los indigeribles de almidón y una fuerte estructura de celulosa, todo lo cual se gelatiniza y convierte en almidón fácilmente asimilable en cuanto se la guisa.
El predominio de una dieta a base de almidones, que absorbe grandes cantidades de agua, facilita la aparición de estreñimientos, indigestiones, infla­maciones e incluso amigdalitis. No te apresures nunca a someterte a una operación de anginas y prueba antes a seguir durante tres días una dieta totalmente desprovista de almidones.
La celulosa y otras sustancias similares apenas son absorbibles por el organismo humano; lo único que aportan a los alimentos es una cierta masa o volu­men; tanto el ganado como los insectos consumen mucha celulosa. Parece ser que, aunque no sumi­nistra al cuerpo ningún elemento valioso, la masa de la celulosa actúa como material purificador que va recogiendo y absorbiendo todos los venenos y productos tóxicos. Resulta, pues, imprescindible para una defecación sana.
Aparte de los resfriados, otras enfermedades mucho más graves, como el beriberi o los infartos, parecen tener algo que ver con el abuso de los hi­dratos de carbono; y especialistas psicosomáticos han señalado que, en los pacientes con cantidades excesivas de hidratos de carbono en sus dietas, suelen ser frecuentes los trastornos nerviosos y la irritabilidad.
La vitamina B1 (tiamina) resulta imprescindible cuando se ingieren grandes cantidades de hidratos de carbono; pues sin Bl no pueden ser adecuada­mente absorbidos o utilizados por el organismo.
La tiamina se encuentra en forma natural en di­versas sustancias alimenticias; pero como lo más probable es que se cocinen excesivamente o se so­metan a manipulaciones químicas, lo mejor hoy en día es tomarla en forma de tabletas y estar seguro de contar con su beneficiosa acción.
Cuando exista una carencia crónica de tiamina y un fuerte consumo de hidratos de carbono, pueden producirse frecuentes vómitos y una vaga sensación de continuo malestar.

Para apuntar en tu agenda:

1. Si crees haber cogido un resfriado, reduce tu consumo de todos los alimentos a base de hi­dratos de carbono.
2. Aumenta la cantidad de tiamina (vitamina Bl).
3. Incrementa el consumo de vinagre de sidra de manzana.*
4. Recuerda que los azúcares, dulces, galletas y pasteles deben quedar DESCARTADOS.
5. Evita la sal, a menos que sea sal de mar o quí­micamente equilibrada.
6. Prueba a tomar infusiones de hierbas medi­cinales.


* No es aconsejable tomar vinagre de sidra de manzana de forma continua y regular sin consultar previamente a un médico. Normal­mente, una semana o dos de vinagre de sidra de manzana contribuirá a restablecer la salud; pero, como otros muchos productos medicinales, no debe emplearse como aditivo constante a la dieta, a menos que lo recomiende un especialista.

ALIMENTOS QUE SE DEBE EVITAR. ALIMENTOS VITALES

El pan es uno de los productos básicos de la dieta de todo el mundo civilizado; pero a la cantidad de pan consumido hay que añadir las galletas, pasteles, tortas y otros alimentos farináceos, entre ellos los macarrones, vermicelli, spaghetti, empanadas, tar­tas, etc. Si están hechos a base de harina blanca, es decir, tratada químicamente, pueden hacerte mucho más mal que bien.
Por razones más emocionales que lógicas hemos llegado a relacionar el color blanco con la idea de pureza; mientras que, por ejemplo, en Extremo Oriente se asocia con la de luto. Debido a ello, y dejándose arrastrar más por la emoción que por el intelecto, el hombre occidental comenzó a blanquear la harina y todos los productos elaborados a base de la misma.
Probablemente en el mundo no ha habido nunca tanta neurosis como ahora; pero tampoco tanta adulteración de los alimentos y aditivos químicos como en estos momentos. Lo único que se necesita para relacionar entre sí ambos hechos es un poco de sentido común.
Cuando se reveló públicamente que los animales alimentados con triclórido de nitrógeno, un conoci­do gas altamente tóxico que afecta a los nervios, morían entre espantosos dolores, la opinión pública se sintió suficientemente conmocionada para exigir que dejase de utilizarse para blanquear el pan —pro­pósito para el que se venía empleando desde hacía décadas—; pero, desgraciadamente, no se difundió información destinada a convencer a la gente de que cualquier proceso de blanqueado a que se some-Ka la harina o a los productos elaborados con la misma resulta completamente innecesario, espe­cialmente si recordamos que a la vista los tenemos sólo unos pocos minutos, mientras que en el estó­mago permanecen horas y horas.
Aunque no se permite ya el empleo de NCl3, el Cl02, o dióxido de cloro, es actualmente una de las sustancias empleadas para blanquear los productos farináceos. Al igual que muchas de su misma espe­cie, esta sustancia le roba al organismo proteínas, pues destruye los componentes aminoácidos de las mismas.
Antes de que el grano llegue al molino ya ha su­frido algunas manipulaciones poco recomendables. Por ejemplo, es probable que la cosecha se rociase con algún pesticida artificial, tan nocivo que, para su manejo, el agricultor tuvo que ponerse un traje especial. Se han dado casos de muertes entre traba­jadores agrícolas en cuya piel cayó un poco de este tipo de productos. Pero a los consumidores se les obliga a ingerirlos. ¿Cómo puede, pues, sorpren­dernos que hoy día haya tantas enfermedades «nue­vas»? Se usan productos químicos para mantener a las aves alejadas, para hacer que el grano dure más sin pudrirse en caso de no estar almacenado en buenas condiciones, para que aguante más en los silos, etc., todo lo cual aumenta los beneficios de los agricultores e industriales, pero no contribuye en nada a la salud y bienestar de los consumidores.
Recomiendo a los lectores que lean The Silent Sprtng, de Rachel Carson, una eminente bióloga que se dio cuenta del peligro e intentó prevenir a la humanidad de lo que estaba ocurriendo.
Existen empresas especializadas en elaborar hari­nas a base de granos cultivados de modo natural, y que los muelen en molinos de piedra que no des­truyen los elementos nutritivos vivos, como hacen las superpotentes y modernas maquinarias de acero. Recomiendo fervientemente al lector que busque productos elaborados con este tipo de hari­na, así como pan integral; por supuesto, cuanto mayor sea la demanda, más fácil resultará obtener­los. Ningún hombre de negocios puede permitirse el lujo de almacenar productos que los consumido­res se nieguen a comprar, y tan pronto como los propietarios de molinos, tiendas y panaderías se den cuenta de que el público no quiere unos productos químicamente manipulados, blanqueados y de inferior calidad, dejarán de venderlos.
El azúcar es probablemente el vicio más extendi­do en las sociedades «civilizadas» de todo el mundo. Nuestros antepasados tenían unos gustos más varia­dos y muchas veces su sabor favorito era el del tana-ceto, que mucha gente encuentra hoy día amargo y
En algunas regiones del mundo existen pueblos a los que les agradan las variaciones de sabor —el querer todas las cosas azucaradas es una verdadera degeneración, y disminuye la utilidad práctica del sentido del gusto—. El azúcar absorbe oxígeno a un ritmo asombrosamente rápido, privando a las célu­las del cuerpo de un oxígeno que les resulta vital, y todo ello para ayudar a la combustión de los azúca­res. El problema es que no se toma únicamente una cucharadita en el té o el café, sino que el azúcar es un componente casi universal de todos los pasteles, galletas y pastas, así como de otros muchos alimen­tos (conservas de frutas, jaleas, mermeladas, etc.).
El auténtico azúcar de caña tiene un color «sucio», entre negro y marrón, y es tan dulce que para en­dulzar cualquier cosa basta con una fracción muy pequeña; mientras que el azúcar blanco o refinado se ha sometido a un tipo u otro de proceso químico para que ofrezca ese pulcro aspecto.
El azúcar refinado es claramente dañino para los azúcares naturales de la sangre encontrados en el organismo, y provoca enfermedades en el páncreas y en el sistema nervioso, destruyendo además el de­licado equilibrio entre el calcio y el fósforo de nues­tro cuerpo.
Existen tres formas de endulzar los alimentos de manera sana y natural: la primera consiste en el empleo de melazas, que es el residuo que queda después de haber refinado el azúcar. Las melazas son ricas en potasio, calcio, cloro, hierro, cobre y vitaminas B,, B6 y H. La segunda en el de miel pura, que contiene calcio, cloro, cobre, hierro, mangane­so, magnesio, fósforo, potasio, sílice, sodio, peque­ñas cantidades de otros minerales y diversas vitami­nas. El tercer método consiste en utilizar azúcar moreno, que es mucho más nutritivo que el refina­do y no mucho más caro.
Otro elemento común en nuestra dieta que con­viene eliminar cuando se padece un resfriado o cualquier trastorno del aparato respiratorio es la sal común. Subrayo la palabra común, pues la peligrosa es la sal que se suele vender en las tiendas, mientras que otras modalidades de sales, específicamente las bioquímicas, no sólo no son peligrosas sino que re­sultan de gran utilidad para vigorizar el organismo; la sal bioquímicamente equilibrada, o sal de mar, tiene el mismo contenido de minerales que las sales naturales de la sangre, lo que no ocurre con la sal común que se vende en todas partes.
La sal común no es sino cloruro sódico, producto que no debe tomar jamás nadie que tenga la tensión alta. Numerosos especialistas la han condenado como uno de los factores del cáncer, de la hidropesía reumática y de diversas enfermedades de la piel, así como causa de la deficiencia de una sal mineral de vital importancia para nuestro organismo: el potasio.
Algunos productos alimenticios contienen sales perfectamente sanas y naturales; en caso contrario, se recomienda al lector que recurra a sal bioquími­camente equilibrada. Recuerda que los alimentos que enumero a continuación contienen invariable­mente sal común: conservas, carnes saladas, salchi­chas de Frankfurt, embutidos, numerosas conservas vegetales, mayonesas, aperitivos, etc. La sal es la causa fundamental de varios tipos de obesidad, pues un solo grano de ésta puede obligar a los teji­dos del cuerpo a retener hasta setenta gotas de agua, lo que da como resultado que el cuerpo esté y apa­rezca «hinchado».
En el último puesto de esta lista de alimentos no recomendables aparecen las grasas; es decir, los áci­dos grasos saturados, esas pequeñas moléculas que tienen la mala costumbre de asociarse con otras sus­tancias de tu cuerpo y transformarse para siempre en masas adiposas de grasa subcutánea, de sobre­cargar el corazón y el aparato digestivo, de obligarte a mantenerlas sin que te den a cambio nada de valor. Las personas gruesas se resfrían con mayor fre­cuencia que las de tipo delgado o atlético, y tardan mucho más en curarse. Pero, y me alegra poder decirlo, existen también unos primos distinguidos de esos ácidos grasos, a los que se conoce con el nombre de ácidos grasos no-saturados; y que, tal como indica su aristocrático prefijo, se niegan a mez­clarse con cualquier hijo del vecino, con cualquier clase de molécula. Resultan sumamente beneficio­sos para la salud de la piel y del sistema nervioso y ofrecen mucho a cambio de lo que cuestan; pero debido a su distinción innata, son mucho más sen­sibles que sus primos, y el freírlos durante unos cuantos minutos basta para destruir completamente los ácidos grasos no-saturados. A una persona que padezca catarro o cualquier otro tipo de dolencia respiratoria no se le deben dar nunca alimentos fritos. Incluyo a continuación una especie de «Gotha» de la aristocrática familia de los ácidos grasos no-saturados:
Aceite de maíz, aceite de semilla de algodón, aceite de hígado de bacalao, aceite de linaza, aceite de oliva, aceite de girasol y aceite de germen de trigo.
Hablando en términos generales, la mujer nece­sita aproximadamente un 20 por 100 de los ácidos grasos no-saturados necesarios para el varón; su con­sumo debería elevarse en invierno y reducirse lige­ramente en los veranos calurosos.
Añado a continuación una lista de vitaminas y sales minerales, indicando por qué son esenciales para ti si deseas recuperar o mantener un buen es­tado de salud. Emplea siempre vitaminas naturales mejor que las sintéticas.

Vitamina A

Excelente para vigorizar los conductos respirato­rios y dar lozanía a la piel; es esencial si deseas que tus membranas mucosas funcionen con efi­cacia.
El aceite de hígado de hipogloso es la fuente más rica de todas de vitamina A, seguido del aceite de hígado de bacalao, el hígado de terne­ra, los berros, los albaricoques y las zanahorias.

Vitamina B

No se trata de una única vitamina, sino de toda una familia de vitaminas estrechamente relacio­nadas entre sí, de las cuales la B2 (riboflavina) actúa como medio de transporte del oxígeno para el consumo de los hidratos de carbono (se en­cuentra en el queso, los huevos y la leche), la B3 (ácido pantoténico) refuerza el organismo contra numerosos tipos de infección (se encuentra en las melazas, la yema de huevo, los ríñones, el hí­gado, la leche [en polvo] y el pan integral). Cualquier forma de alcohol destruye la vitami­na B.
La levadura de la cerveza contiene un elevado número de vitaminas de la familia B, y en cual­quier farmacia o tienda de productos naturales pueden comprarse tabletas que la contienen.

Vitamina C

Si, en cuanto reconoces los primeros síntomas, tomas 50 miligramos de vitamina C cada media hora, podrías evitar coger un resfriado. La mayor parte de la vitamina C no permanece en el orga­nismo humano más de cuatro horas, por lo que se necesita un suministro relativamente constan­te. El fumar agota las reservas de vitamina C, tanto que cuatro cigarrillos consumen hasta 100 miligramos de vitamina C, evaporada literal­mente en humo. Los frutos cítricos, las coles, los tomates, la grosella negra, el pimiento y otras muchas frutas y hortalizas son ricas en vitami­na C. Si existe una marcada deficiencia de calcio en el cuerpo, la vitamina C puede no absorberse adecuadamente.

Vitamina D

Esencial para un funcionamiento correcto del co­razón, la piel y el sistema nervioso. Se encuentra en el aceite de hígado de hipogloso, los arenques, el hígado, la caballa, el salmón y el atún; también en los huevos y la leche.

Vitamina E

Imprescindible para la salud del sistema nervio­so, así como para un funcionamiento eficiente de diversas glándulas; los asmáticos necesitan elevar su consumo de vitamina E. Las personas no acos­tumbradas a tomarla deberían comenzar con pe­queñas dosis. Se encuentra en el aceite de germen de trigo, las semillas de girasol, los huevos y la lechuga. El germen de trigo es la mejor fuente de todas.

Sales minerales

AZUFRE- Se trata de una sal mineral purificadora y fuertemente resistente a las bacterias extrañas al organismo humano. Abunda en la coliflor, el coco, pepino, yema de huevo, higos, ajo, cebo­llas, y en numerosas hierbas medicinales.

CALCIO

Se trata de un agente curativo esencial para el organismo, pues facilita la recuperación de cualquier mal o dolencia; los alimentos muy grasos inhiben la acción del calcio. Abunda en las almendras, guisantes, coliflor, quesos, hojas de diente de león, huevos, higos, avellanas, leche, naranjas, semillas de soja, hojas de rábano, y en el yogur. El aceite de hígado de hipogloso es rico en calcio y contiene además vitamina D, impres­cindible para mantener el equilibrio correcto entre las proporciones de calcio y fósforo del organismo. El guisar cualquier alimento destruye aproxima­damente una cuarta parte del calcio que pueda contener; el chocolate y el cacao son también anti­calcio.

COBALTO

Necesario para la salud de los glóbu­los rojos y de las glándulas. Se encuentra, inva­riablemente unido a la vitamina B12, en los hue­vos, los ríñones, el hígado y la carne fibrosa.

COBRE

Se necesita para permitir la absorción de hierro por parte del hígado. Abunda en las almendras, albaricoques, higos, melazas, y el ger­men de trigo.

FOSFORO

Esencial para la vitalidad del sistema nervioso y un funcionamiento sano de los pulmo­nes; en los casos de tuberculosis suele brillar por su ausencia. Las almendras, el pescado, los ca­cahuetes (y la crema de cacahuetes), los produc­tos derivados de la soja, las avellanas y el germen de trigo son todos muy ricos en suministros equi­librados de fósforo. No resulta aconsejable to­marlo en forma de preparados farmacéuticos, pues los excesos de fósforo suelen ser tóxicos. Si incrementas deliberadamente la cantidad de fós­foro ingerida, ten cuidado de aumentar también la de miel.

HIERRO

Necesario para el transporte del oxígeno por parte de la sangre. En cuanto padezcas una deficiencia de hierro, te resfriarás fácilmente, tendrás la piel flaccida y marchita y un bajo tono muscular. Los higos secos, la avena, las aceitunas, los berros, el germen de trigo, las melazas y las avellanas son todos ricos en hierro. El hierro de las frutas y verduras resulta fácilmente absorbi-ble, mientras que el de carnes, tales como el hí­gado o los ríñones, no lo es tanto.

MAGNESIO

Se trata de una sal mineral muy aci­da, necesaria para la correcta eliminación de los productos residuales del cuerpo. La miel, las al­mendras y las algas son ricas en magnesio.

POTASIO

Se ha demostrado que en los estados catarrales o gripales graves se da invariablemente una gran deficiencia de esta sal mineral. Las ver­duras y hortalizas frescas, la fruta, la miel y el vi­nagre de sidra de manzana son las mejores fuentes de potasio existentes, pero se encuentra también en un elevado número de las hierbas medicinales recomendadas en esta obra. El vinagre de sidra contiene: calcio, cloro, flúor, hierro, magnesio, potasio, sílice, azufre y sodio, así como pequeñas cantidades de otros minerales.

SILICE

Es uno de los mejores antisépticos natura­les; fundamental para mantener la salud de nues­tras células corporales. Se encuentra en las alca­chofas, espárragos, apio, pepino, hojas de diente de león, puerros, avena, rábanos, semillas de gi­rasol, tomates, y también en la leche.

YODO

La inclusión de yodo natural en la dieta te permite combatir las enfermedades. Sin él, esos amables barrenderos de tu organismo, los fa­gocitos, se morirían de hambre y serían incapaces de defender tu salud. Se encuentran en las alca­chofas, lechugas, berros, cebollas y puerros, así como en casi todos los pescados y mariscos, espe­cialmente en las ostras.
Muchos herbolarios y tiendas de productos natu­rales venden tabletas de algas que son muy ricas en yodo.
Aparte de las citadas, existen otras muchas sales minerales, pero éstas son las más importantes para reforzar el organismo contra los resfriados y enfer­medades respiratorias y similares.
Repito una vez más que casi todas las hierbas re­comendadas para combatir o aliviar esas dolencias., contienen una o másde las vitaminas o sales mine­rales indicadas.