Hace sesenta años, un tío mío llevaba la vida propia de un trampero solitario en las heladas soledades de North Saskatchewan. Me contó que, en aquella zona, los indios iban de un lado para otro con una delgada camisa de algodón desabotonada, en temperaturas de casi cero grados. Para dormir se echaban sobre la nieve con una simple manta, pero no cogieron nunca un resfriado hasta adoptar la comida europea. En su obra, The Law o/Larion, Peter Freuchen formula observaciones muy parecidas. Stefansson Vilhjalmar, especialista en el tema de los esquimales de Groenlandia, y Lucas Bridges, quien escribió sobre los indios ona y yaghan de Tierra del Fuego, en The Uttermost Part of the Earth, confirman también este punto de vista. Algunas «autoridades» médicas que desconocen o hacen caso omiso de estos hechos se muestran a favor de los medicamentos químicos y dan con frecuencia a entender que todos nuestros antepasados morían a edad temprana de enfermedades incurables por carecer de botellitas de este o de tubos de ese otro producto químico artificial. Documentos griegos, romanos y de otras épocas demuestran que están equivocados. Yo personalmente he recorrido algunas de las áreas más «atrasadas» del mundo y he encontrado muchos pueblos primitivos más sanos que los de los países civilizados, siempre que no hayan sustituido su dieta alimentaria por la compuesta casi exclusivamente de hidratos de carbono del hombre occidental. La mayoría de los pueblos primitivos cuentan con una dieta natural rica en proteínas y grasas y relativamente pobre en todos los hidratos de carbono distintos de la grasa, consumiendo además una elevada proporción de frutas y verduras.
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