El pan es uno de los productos básicos de la dieta de todo el mundo civilizado; pero a la cantidad de pan consumido hay que añadir las galletas, pasteles, tortas y otros alimentos farináceos, entre ellos los macarrones, vermicelli, spaghetti, empanadas, tartas, etc. Si están hechos a base de harina blanca, es decir, tratada químicamente, pueden hacerte mucho más mal que bien.
Por razones más emocionales que lógicas hemos llegado a relacionar el color blanco con la idea de pureza; mientras que, por ejemplo, en Extremo Oriente se asocia con la de luto. Debido a ello, y dejándose arrastrar más por la emoción que por el intelecto, el hombre occidental comenzó a blanquear la harina y todos los productos elaborados a base de la misma.
Probablemente en el mundo no ha habido nunca tanta neurosis como ahora; pero tampoco tanta adulteración de los alimentos y aditivos químicos como en estos momentos. Lo único que se necesita para relacionar entre sí ambos hechos es un poco de sentido común.
Cuando se reveló públicamente que los animales alimentados con triclórido de nitrógeno, un conocido gas altamente tóxico que afecta a los nervios, morían entre espantosos dolores, la opinión pública se sintió suficientemente conmocionada para exigir que dejase de utilizarse para blanquear el pan —propósito para el que se venía empleando desde hacía décadas—; pero, desgraciadamente, no se difundió información destinada a convencer a la gente de que cualquier proceso de blanqueado a que se some-Ka la harina o a los productos elaborados con la misma resulta completamente innecesario, especialmente si recordamos que a la vista los tenemos sólo unos pocos minutos, mientras que en el estómago permanecen horas y horas.
Aunque no se permite ya el empleo de NCl3, el Cl02, o dióxido de cloro, es actualmente una de las sustancias empleadas para blanquear los productos farináceos. Al igual que muchas de su misma especie, esta sustancia le roba al organismo proteínas, pues destruye los componentes aminoácidos de las mismas.
Antes de que el grano llegue al molino ya ha sufrido algunas manipulaciones poco recomendables. Por ejemplo, es probable que la cosecha se rociase con algún pesticida artificial, tan nocivo que, para su manejo, el agricultor tuvo que ponerse un traje especial. Se han dado casos de muertes entre trabajadores agrícolas en cuya piel cayó un poco de este tipo de productos. Pero a los consumidores se les obliga a ingerirlos. ¿Cómo puede, pues, sorprendernos que hoy día haya tantas enfermedades «nuevas»? Se usan productos químicos para mantener a las aves alejadas, para hacer que el grano dure más sin pudrirse en caso de no estar almacenado en buenas condiciones, para que aguante más en los silos, etc., todo lo cual aumenta los beneficios de los agricultores e industriales, pero no contribuye en nada a la salud y bienestar de los consumidores.
Recomiendo a los lectores que lean The Silent Sprtng, de Rachel Carson, una eminente bióloga que se dio cuenta del peligro e intentó prevenir a la humanidad de lo que estaba ocurriendo.
Existen empresas especializadas en elaborar harinas a base de granos cultivados de modo natural, y que los muelen en molinos de piedra que no destruyen los elementos nutritivos vivos, como hacen las superpotentes y modernas maquinarias de acero. Recomiendo fervientemente al lector que busque productos elaborados con este tipo de harina, así como pan integral; por supuesto, cuanto mayor sea la demanda, más fácil resultará obtenerlos. Ningún hombre de negocios puede permitirse el lujo de almacenar productos que los consumidores se nieguen a comprar, y tan pronto como los propietarios de molinos, tiendas y panaderías se den cuenta de que el público no quiere unos productos químicamente manipulados, blanqueados y de inferior calidad, dejarán de venderlos.
El azúcar es probablemente el vicio más extendido en las sociedades «civilizadas» de todo el mundo. Nuestros antepasados tenían unos gustos más variados y muchas veces su sabor favorito era el del tana-ceto, que mucha gente encuentra hoy día amargo y
En algunas regiones del mundo existen pueblos a los que les agradan las variaciones de sabor —el querer todas las cosas azucaradas es una verdadera degeneración, y disminuye la utilidad práctica del sentido del gusto—. El azúcar absorbe oxígeno a un ritmo asombrosamente rápido, privando a las células del cuerpo de un oxígeno que les resulta vital, y todo ello para ayudar a la combustión de los azúcares. El problema es que no se toma únicamente una cucharadita en el té o el café, sino que el azúcar es un componente casi universal de todos los pasteles, galletas y pastas, así como de otros muchos alimentos (conservas de frutas, jaleas, mermeladas, etc.).
El auténtico azúcar de caña tiene un color «sucio», entre negro y marrón, y es tan dulce que para endulzar cualquier cosa basta con una fracción muy pequeña; mientras que el azúcar blanco o refinado se ha sometido a un tipo u otro de proceso químico para que ofrezca ese pulcro aspecto.
El azúcar refinado es claramente dañino para los azúcares naturales de la sangre encontrados en el organismo, y provoca enfermedades en el páncreas y en el sistema nervioso, destruyendo además el delicado equilibrio entre el calcio y el fósforo de nuestro cuerpo.
Existen tres formas de endulzar los alimentos de manera sana y natural: la primera consiste en el empleo de melazas, que es el residuo que queda después de haber refinado el azúcar. Las melazas son ricas en potasio, calcio, cloro, hierro, cobre y vitaminas B,, B6 y H. La segunda en el de miel pura, que contiene calcio, cloro, cobre, hierro, manganeso, magnesio, fósforo, potasio, sílice, sodio, pequeñas cantidades de otros minerales y diversas vitaminas. El tercer método consiste en utilizar azúcar moreno, que es mucho más nutritivo que el refinado y no mucho más caro.
Otro elemento común en nuestra dieta que conviene eliminar cuando se padece un resfriado o cualquier trastorno del aparato respiratorio es la sal común. Subrayo la palabra común, pues la peligrosa es la sal que se suele vender en las tiendas, mientras que otras modalidades de sales, específicamente las bioquímicas, no sólo no son peligrosas sino que resultan de gran utilidad para vigorizar el organismo; la sal bioquímicamente equilibrada, o sal de mar, tiene el mismo contenido de minerales que las sales naturales de la sangre, lo que no ocurre con la sal común que se vende en todas partes.
La sal común no es sino cloruro sódico, producto que no debe tomar jamás nadie que tenga la tensión alta. Numerosos especialistas la han condenado como uno de los factores del cáncer, de la hidropesía reumática y de diversas enfermedades de la piel, así como causa de la deficiencia de una sal mineral de vital importancia para nuestro organismo: el potasio.
Algunos productos alimenticios contienen sales perfectamente sanas y naturales; en caso contrario, se recomienda al lector que recurra a sal bioquímicamente equilibrada. Recuerda que los alimentos que enumero a continuación contienen invariablemente sal común: conservas, carnes saladas, salchichas de Frankfurt, embutidos, numerosas conservas vegetales, mayonesas, aperitivos, etc. La sal es la causa fundamental de varios tipos de obesidad, pues un solo grano de ésta puede obligar a los tejidos del cuerpo a retener hasta setenta gotas de agua, lo que da como resultado que el cuerpo esté y aparezca «hinchado».
En el último puesto de esta lista de alimentos no recomendables aparecen las grasas; es decir, los ácidos grasos saturados, esas pequeñas moléculas que tienen la mala costumbre de asociarse con otras sustancias de tu cuerpo y transformarse para siempre en masas adiposas de grasa subcutánea, de sobrecargar el corazón y el aparato digestivo, de obligarte a mantenerlas sin que te den a cambio nada de valor. Las personas gruesas se resfrían con mayor frecuencia que las de tipo delgado o atlético, y tardan mucho más en curarse. Pero, y me alegra poder decirlo, existen también unos primos distinguidos de esos ácidos grasos, a los que se conoce con el nombre de ácidos grasos no-saturados; y que, tal como indica su aristocrático prefijo, se niegan a mezclarse con cualquier hijo del vecino, con cualquier clase de molécula. Resultan sumamente beneficiosos para la salud de la piel y del sistema nervioso y ofrecen mucho a cambio de lo que cuestan; pero debido a su distinción innata, son mucho más sensibles que sus primos, y el freírlos durante unos cuantos minutos basta para destruir completamente los ácidos grasos no-saturados. A una persona que padezca catarro o cualquier otro tipo de dolencia respiratoria no se le deben dar nunca alimentos fritos. Incluyo a continuación una especie de «Gotha» de la aristocrática familia de los ácidos grasos no-saturados:
Aceite de maíz, aceite de semilla de algodón, aceite de hígado de bacalao, aceite de linaza, aceite de oliva, aceite de girasol y aceite de germen de trigo.
Hablando en términos generales, la mujer necesita aproximadamente un 20 por 100 de los ácidos grasos no-saturados necesarios para el varón; su consumo debería elevarse en invierno y reducirse ligeramente en los veranos calurosos.
Añado a continuación una lista de vitaminas y sales minerales, indicando por qué son esenciales para ti si deseas recuperar o mantener un buen estado de salud. Emplea siempre vitaminas naturales mejor que las sintéticas.
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