QUE HACES CON EL AIRE LIMPIO

La respiración es sinónimo de la propia vida, nuestra primera experiencia corporal es una profun­da inhalación; cuando una persona deja de respirar, muere. Es, por tanto, una verdadera vergüenza que, cuando introducen una amplia bocanada de aire en sus pulmones, la mayoría de la gente desconozca qué pasa luego con ese aire.
Para conseguir nuestro fin de no volver a resfriar­nos nunca, debemos comprender con toda exacti­tud qué ocurre cuando inhalamos aire y exhalamos anhídrido carbónico.
La carencia de suministros adecuados del vital oxígeno en los tejidos del cuerpo, y especialmente en el cerebro, puede tener trágicas consecuencias. Lo que comienza como un simple resfrío puede ter­minar convirtiéndose en una enfermedad mortal. Conozco a muchas personas que le dedican más tiempo a limpiar sus tuberías de calefacción y a pre­ocuparse de que funcionen eficientemente del que jamás le hayan dedicado a las «tuberías», mucho más valiosas, del sistema de ventilación y calefac­ción del propio organismo.
La respiración correcta y sana es intercostal-dia-fragmática, y está controlada por los músculos ab­dominales transversales; no debe efectuarse nunca contrayendo los hombros; si estás acostumbrado a respirar mal, lo más probable será que te resfríes frecuentemente y que te resulte muy difícil librarte de la enfermedad. La acción intercostal significa que las costillas se expanden mientras inhalas, y la diafragmática que también se mueve el diafragma; cuando inhalas, el diafragma desciende por su centro y se expansiona en los extremos (coloca una mano sobre la parte central del espacio comprendido entre los extremos inferiores de las costillas y podrás comprobar que así ocurre realmente); los abdomi­nales transversales son los músculos que cruzan sobre el estómago, y si apoyas suavemente las manos contra ambos lados del estómago, con los dedos apuntando en dirección al ombligo, podrás sentir también cómo se mueven. Cuando respiras de ma­nera profunda y efectiva, puedes no sólo sentir el movimiento de los músculos, sino también experi­mentar luego cómo una sensación de bienestar se extiende por todo tu cuerpo.
Cuando era niño, mi prudente y cariñosa madre me enseñó a respirar correctamente. Una de las pri­meras cosas que aprendí fue a expulsar el aire con fuerza, pues sólo cuando exhalas intensamente dejas suficiente espacio en los pulmones como para que penetre en ellos una bocanada realmente profunda de aire sano y fresco.
Cuando respiras, todo el volumen de la caja torá­cica aumenta en todas direcciones; pero si tu cuerpo registra alguna tensión particular que contribuye a poner los músculos rígidos (como cuando estás aca­rreando una carga pesada), la capacidad de tu cuerpo para introducir unos suministros adecuados de aire se verá limitada, lo que dificultará la realización por parte del diafragma de su acción de fuelle que pone en marcha el movimiento de los pulmones.
Sigamos ahora el recorrido de una respiración en un ciclo completo de trabajo en el organismo. Cuando respiras profundamente, el aire penetra por los orificios nasales, la puerta delantera de la nariz, y antes de que salga por la puerta trasera se habrá visto purificado, humedecido y calentado en déci­mas de segundo. Debemos intentar mantener la nariz húmeda todo el tiempo, pues, si se reseca, las impurezas del aire pueden penetrar en el cuerpo mucho más profundamente de lo que es convenien­te para la salud.
Por supuesto, no te suenes nunca violentamente, ya que contribuye a perturbar los mecanismos de la nariz; una forma correcta de limpiarla consiste en coger un trocito de papel suave, mojarlo ligeramen­te sólo con agua y frotar suavemente con él las pa­redes interiores de las fosas nasales. No te arranques nunca los pelos de la nariz, pues sirven para protegerte de las impurezas de mayor tamaño y también para reducir la frialdad del aire.
El aire sale de la nariz y desciende inmediata­mente por la faringe, que es una cavidad en forma de tubo hecha de músculos y membranas, situada al fondo de la boca; la faringe tiene tres salidas: una es a la propia boca, otra al esófago (el conducto di­gestivo por el que pasan los alimentos y bebidas), y la tercera es la traquea; es decir, el conducto por el que pasa el aire.
Inmediatamente debajo de la faringe (que puede verse de vez en cuando aquejada de faringitis) se encuentra la laringe (en donde podemos experi­mentar una enfermedad más grave y arraigada, lla­mada laringitis); a la abertura entre ambas se la de­nomina glotis, sobre ía que se encuentra extendido un trozo de cartílago, que actúa en parte como la tapa de una cacerola, y que se llama epiglotis. Cuan­do hablas o respiras está abierto; pero cuando estás comiendo o bebiendo, la epiglotis se encuentra (o debería encontrarse) cerrada, para impedir que pe­netren en tus pulmones sustancias extrañas. En cierta ocasión, acababa de tomarme una cucharada de miel, cuando un shock repentino me hizo inten­tar respirar; el resultado fue inmediato y terrible, parte de la miel se deslizó por la traquea y comencé a ahogarme, pues me resultaba imposible conseguir que el aire llegase hasta mis pulmones. Afortuna­damente, me di cuenta de lo que había ocurrido, me incliné mucho, apoyando la cabeza contra el suelo y, con todas mis fuerzas, exhalé lo más inten­samente que pude; tuve suerte de que funcionara. Todas las células de la tráquea tienden a expulsar cualquier impureza o cuerpo extraño en dirección a la boca, y, tanto arquitectónica y química como me­cánicamente, todas las partes de tu cuerpo están ideadas para ayudarte a permanecer con vida. La laringe es el órgano de la voz, el anillo superior del cartílago tiroides, en el que tienen su asiento las cuerdas vocales. Los cambios en la forma y grado de desarrollo de este cartílago son los culpables de los «gallos» de la voz de un adolescente que se está ha­ciendo hombre. A la forma externa de este órgano se la denomina «nuez», conocida también por el nombre, más poético, de «bocado de Adán».
Durante la respiración silenciosa, el aire pasa a través de las cuerdas vocales sin ninguna dificultad, pues la glotis se halla completamente abierta. No obstante, cuando se habla, canta, etc., sólo queda para el paso del aire una estrecha hendidura, ya que las cuerdas vocales se encuentran distendidas para producir distintas variedades de sonido. Una de las dificultades experimentadas por las personas que están aprendiendo a nadar consiste en que, debido a la tensión nerviosa, contraen la garganta o inten­tan hablar, reduciendo así la cantidad de aire que reciben. Un simple vistazo a un campeón de nata­ción bastará para mostrarte hasta qué punto respira relajadamente.
La tráquea tiene unos once centímetros de longitud, y en el extremo inferior de la misma el aire inhalado se divide para penetrar en los dos bron­quios, que, al igual que la tráquea, se encuentran interiormente recubiertos por una membrana mucosa extremadamente eficiente, cuya superficie interna consiste en columnas de células ciliares que poseen un movimiento natural y continuo consis­tente en rápidas vibraciones, empujando así todos los desechos, materias muertas y cuerpos extraños hacia la boca, de la que se pueden luego expulsar. Tu cuerpo está dotado de un maravilloso mecanis­mo interno de defensa; y, como puedes comprobar, coger un resfriado resulta mucho más difícil de lo que la mayoría de la gente cree; aunque, induda­blemente, algunas personas se esfuerzan inadverti­damente por lograrlo mucho más que otras.
El bronquio derecho tiene una forma mucho más recta, ancha y corta que el izquierdo; se divide en tres ramificaciones principales, una para cada uno de los tres lóbulos del pulmón derecho. El bronquio izquierdo es de menor tamaño, pero dos veces más largo que el derecho; se divide en dos ramificacio­nes, pues el pulmón izquierdo posee únicamente dos lóbulos (el corazón ocupa parte del espacio que correspondería al tercero).
De ahí en adelante aparece subdivisión tras sub­división, y cuanto más numerosos, menores y más delgados van siendo los tubos, menor será su carác­ter cartilaginoso y mayor su grado de fragilidad. En este momento, el aire inhalado ha llegado ya a los pulmones. Cuando nacemos, su color es rosado; pero, sobre todo entre los que vivimos en las ciuda­des, estos órganos vitales para la existencia tienden a irse volviendo grises con el paso de los años, o a decolorarse a causa de los gases industriales. Para los que no tengan acceso a fotografías médicas, una simple visita al Home Office Museum de Londres les permitirá contemplar reproducciones de pulmo­nes sometidos a lo largo de muchos años a los gases e impurezas industriales (los de un trabajador de una factoría química tenían incluso incrustaciones de sustancias azuladas).
En el extremo de la mayoría de esos diminutos tubos se encuentran alvéolos; es decir, vasos sanguí­neos y tejido elástico que se distiende con cada mo­vimiento y resulta extremadamente fino y delgado, por lo que a través de ellos pueden producirse la mayoría de los intercambios químicos. Dicho muy resumidamente, actúan como una válvula, permi­tiendo el tráfico en un solo sentido.
Es lógico que, en invierno, cuando el frío es in­tenso, las personas que estén descansando o dedi­cándose a alguna ocupación de carácter sedentario busquen sistemas de calor artificial accesibles para ellos (y para sus bolsillos); pero esto comporta un peligro que nuestros antepasados no llegaron a ex­perimentar en la misma medida; sus casas solían ser pródigas en corrientes de aire, y cualquiera míni­mamente intensa penetraba en todos los rincones de sus aposentos, salvo en los más cálidos y protegídos; pero esto también significaba que disponían en todo momento de bastante oxígeno fresco. Sin embargo, nuestras casas y apartamentos se hallan muchas veces tan protegidos contra las corrientes de aire, que respiramos continuamente un aire calien­te y seco, un aire que penetra en nuestro sistema respiratorio, contribuyendo a resecarlo y a hacer que funcione menos eficientemente; luego podemos salir de inmediato a la calle en medio de una tor­menta, de la lluvia, la nieve o una espesa niebla, todas ellas condiciones húmedas y frías; nuestra nariz, garganta y bronquios carecen de tiempo su­ficiente para adaptarse a esas nuevas circunstan­cias... y, de repente, nos damos cuenta de que hemos cogido un resfriado. Si pasamos de un medio cálido a otro extremadamente frío, se producirá una estimulación inmediata de la red nerviosa de nuestro sistema respiratorio, de forma que el metabolismo del cuerpo comenzará a generar calor para contra­rrestar los efectos de la atmósfera fría en la que el cuerpo se ha adentrado; este cambio en el metabo­lismo provoca un incremento de anhídrido carbó­nico, lo que obliga al cuerpo a respirar profunda­mente y, si el aire recién inhalado no ha sido ade­cuadamente templado, humedecido y purificado (funciones que unas fosas nasales resecas no podrán realizar correctamente), las bocanadas de aire im­puro descenderán por la garganta hasta llegar a los tubos bronquiales y los pulmones.

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